Estación de tren Federico Lacroze. Imperio de la pizza. Ella unos 25
años, él un par más. Están los dos sentados enfrentados en una mesa, es sábado
a la noche. El camarero trae cuatro porciones de muzzarella y una botella
individual de gaseosa, que la comparten. Toman los dos una única bebida no
porque no tengan mucha sed, o dinero para comprarla, sino porque –tal vez ambos
lo sepan- no vale la pena gastar ni siete pesos más en esa cena. El diálogo es
cotidiano, parece que se conocen hace treinta años, y que no tuvieran qué
contarse el uno al otro. Él tiene la mirada perdida en algún cartel por encima
de la cabeza de ella, quien mira su propio plato, la tabla de la mesa color
gris granito y el piso. Mientras se quita un orégano de los dientes, los ojos
de ella encuentran una pareja sentada al lado suyo. Un hombre y una mujer, que
rondan los 45 años, sumergidos en su pizza, y no sólo porque sea deliciosa,
sino porque cada uno está en un plano distinto al del otro. Ni siquiera
comparten una cerveza: él toma fanta, ella coca-cola. Si están sentados ahí, es
porque tienen la necesidad de hacer algo, de ir a comer a algún lugar, para no
morir de encierro en el fin de semana.
Ella, con sus 25 años vuelve su mirada al sujeto que tiene sentado frente a su plato, lo observa unos segundos: él no suelta los cubiertos mientras mastica, lo hace con la boca un poco abierta, y su mirada se pierde en la ventana. Ella, por dentro, se pregunta si quiere eso para el resto de su vida. Piden la cuenta. De la pizzería irán a la casa de ella, no tendrán sexo porque él está cansado, o porque no tienen ganas, se quitarán la ropa, él ni siquiera mirará el cuerpo de su acompañante y apagará la luz para caer dormido. Ella conciliará el sueño un rato más tarde, cuando las ganas de disfrutar la brisa de la noche, una cerveza, un helado, una comida romántica, de hacer el amor, de sentir las caricias del otro sobre su cuerpo, cesen.
Mañana será otro día. Por suerte él, como cada domingo, irá a jugar
al fútbol, y no tendrán que convivir con ese vacío que les trae el otro.
Año 2011
Es triste cuando el amor va muriéndose, ¿no?
ResponderEliminarSí, pobrecitos los 4.
ResponderEliminarhermoso!
ResponderEliminarme encanta tu blog, te felicito!
Saludos
Elena