Tacho

"Me va a salir carísimo" pienso. Hago cuentas mentalmente, y en Belgrano y Pasco me subo a un taxi que justo al acercarse a mí, prendió su bandera de libre. Al pararse me doy cuenta que no es radio taxi, pero ya es tarde, ya abrí la puerta. Por un instante, aparece la idea de secuestro-violación-muerte, pero en seguida me olvido. Tengo que estar a las cuatro de la tarde en Warnes Culture, y son las menos diez. Como siempre, chequeo el piso del auto, no sea que a alguien se le haya caído plata y sea mi día de suerte.
Le digo al tachero la dirección. Me pregunta si prefiero algún camino en particular, "la verdad es que nunca ando por esta zona" le contesto. Campichuelo, bordear el parque, su ruta.

"Sabés una cosa..." arranca el conductor, luego de unas cuadras. Levanto la mirada del celular, tiemblo por dentro y trato de exagerar mi desinterés sobre lo que imagino que va a venir. No quiero discursos fachos, no, por favor. "... yo no soy como todos los taxistas" continúa. Suelto el celular, miro a través del espejo retrovisor sus ojos. Entonces me cuenta que va a una estación de servicio por la calle Yatay, donde hacen el mejor café y los taxistas juegan al ajedrez. Entre todos hicieron una vaquita para ponerle contact a la mesa cuadriculada, me dice. Y que él no se siente taxista, sólo maneja un taxi. Rubén Amado cree que tiene una responsabilidad enorme al hacerlo, que el cliente tiene que sentirse cómodo y seguro. 
Me dice que en la calle se conoce mucha gente. Me acuerdo de un fragmento de Brooklyn Follies, de Paul Auster, donde uno de los personajes cuenta que manejó un taxi, y que ahí se ve todo, desde sangre hasta gente cogiendo. Miro la funda del asiento, chequeando que esté limpio. Por suerte, lo está. Escucho atenta su discurso, aunque en algún punto temo que llegue su intento de seducción, o su historia de cómo se levantó a una pasajera. Pero no. Rubén me pregunta mi nombre. Julieta, contesto. "Julieta, tenés perfil de arte vos. Debés estudiar producción" me dice. Le digo que no puede ser que no dije nada y ya me haya sacado la ficha. Le aclaro que no estudio, pero sí que produzco. Hablamos de Wara wara, me pregunta qué actividades hacemos. Música, varietés, y cosas por el estilo. Me dice que soy u
na comunista que se toma un taxi. Me justifico explicándole que estoy yendo a laburar. Le arrojo el concepto de "hippie con Osde" y Rubén estalla de la risa. Pero él no me cree que no estemos politizados, que no haya intervención partidaria en nuestro centro cultural. 
Rubén empieza a hablarme del Frente de Izquierda, del buen trabajo que vienen haciendo en los últimos años, de cuánto lo enorgullece que hayan sacado el 7%. Lo escucho y me emociono. Rubén utiliza en su discurso la palabra sublevarse. Entro en éxtasis, no quiero que el viaje termine, pero sin embargo me acuerdo que tengo que comprar dulce de leche, y le pido que paremos unas cuadras antes. Tengo que ir al chino, le explico. "El chino Manuel" dice y se ríe. "Antes eran todos gallegos los de los mercados, por eso".
En la esquina de Padilla y Serrano, me confiesa que estaba yendo a lavar el auto, que hoy no iba a trabajar pero al verme prendió la bandera de libre.
Ochenta y seis pesos indica el reloj. Recuerdo a los artistas que al pasar la gorra dicen al público que si van a poner veinte pesos, mejor se compren un café y lo miren durante noventa minutos, y si el café los hace reír y emocionarse tanto como acaba de suceder en el espectáculo que vieron recién, entones avisen así todos nos tomamos ese café. Pienso en que este taxi valió cada peso que acabo de entregarle al conductor.      
 Abro la puerta del auto y Rubén me desea la mejor de las suertes en mi espacio cultural, y en todo lo que haga.            
Entro al Carrefour Express. Dulce de leche Precios Cuidados. Avanzo rápido por la vereda. Llego a casa riéndome. Matías ya está en la puerta, aparece Sabri abriéndole. "¿Qué onda la obra?" me pregunta ella. "Uffff, no sólo la obra, no sabés todo lo que me pasó" le contesto, y subo la escalera mientras hablo sin parar.

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